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  1. Platero y yo” el libro más bello de la narrativa lírica contemporánea. Resulta clave y centro de la poesía de Juan Ramón Jiménez. Con razón nos aseguró que no era un libro para niños. Es eso y mucho más: poesía, novela, fábula, relato y retrato de gente y paisajes de su Moguer blanco y marinero. PLATERO I

  2. Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo... Vengo solo. Ya los niños y las niñas son hombres y mujeres. La ruina acabó su obra sobre nosotros tres—ya tú sabes—, y sobre su desierto estamos de pie, dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón. ¡Mi corazón!

  3. Platero y yo: 41 – Darbón. Darbón, el médico de Platero, es grande como el buey pío, rojo como una sandía. Pesa once arrobas. Cuenta, según él, tres duros de edad. Cuando habla, le faltan notas, cual a los pianos viejos; otras veces, en lugar de palabra, le sale un escape de aire. Y estas pifias llevan un acompañamiento de ...

  4. Personajes de Platero y yo Personajes principales; Narrador: protagonista de la historia y amigo humano de Platero, un hombre que regresa a su pueblo natal para recuperar sus orígenes. Su amigo Platero lo ayuda a volver a su forma de ser y de vivir, más sencilla y austera. Platero: un burro de color plateado que es el mejor amigo del narrador. Acompaña al protagonista en su viaje espiritual ...

  5. Platero, el burrillo moguereño lírico y retozón –que Juan Ramón Jiménez fijó para siempre en unas leves páginas inmortales, sigue lleno de vida plena, contagiadora y feliz. Aunque su primera salida al campo de las letras ocurrió en 1914, en edición abreviada que apenas tuvo eco, su aparición definitiva fue en 1917.

  6. El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en el sol del mediodía, lento y triste, monte abajo. Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él.

  7. Seguimos Rociillo y yo y, más que nunca por la boca, comimos brevas por los ojos, por la nariz, por las mangas, por la nuca, en un griterío agudo y sin tregua, que caía, con las brevas desapuntadas, en las viñas fres-cas del amanecer. Una breva le dio a Platero, y ya fue él blanco de la locura.